Ella, Yo...

Caminé largas calles y la hallé agazapada, mirando los días pasar sobre ella. Vestía turquesas y peinaba estrellas, lucía los pies descalzos, mojados de charcos y guardaba arcoíris en sus pequeños bolsillos. Me sonreía y aún su mirada tenía aquel brillo que yo había olvidado hace unas cuantas historias y un corazón en construcción. Sabía que vagaba por aquella ciudad en ruinas, devorada por las enredaderas y los jardines secretos.

Me conocía. Me conocía tanto como alguien puede conocer a un hermano o a su propio reflejo. Yo era mucho más mayor, me habían hecho mayor los recuerdos, pero salvo eso no existía más distancia. También sonreí; aún me quedaban sonrisas que regalar en mi equipaje de mano. Me agarró un dedo y me condujo, jugando, a través de su casa bajo el cielo.

No sé bien cómo llegué a encontrarla. Sólo seguí señales azules, los arcoíris que me iba dejando como un rastro de migas y los versos pintados en las paredes.






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